Para nosotros, lo que pasa después de la muerte sigue siendo un enigma. Sin embargo, para nuestros antepasados este tema estaba muy claro. Pues creían que todas las almas iban al Mictlán. Es decir, al mundo subterráneo o mundo inferior. El cual correspondía al tercer plano mitológico del universo primitivo indígena, conocido como el reino de los muertos o la región de las sombras.
Recordemos que, para los antiguos, el mundo se dividía en varios planos astrales: El supramundo formado por 13 cielos, el mundo que es el lugar de los humanos. Y el inframundo, con nueve regiones horizontales orientadas hacia el norte.
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El inframundo y su infinito trayecto
Cada uno estaba perfectamente conectado, equilibrado y ordenado, en el caso del Mictlán, el señor que lo resguardaba era Mictlantecuhtli. Y según algunos códices, el Mictlán era un lugar espacioso, oscuro, sin luz ni ventanas, de donde no se sale ni se puede volver. Excepto un día, en la fiesta de los muertos. Conocida como Miccailhuitontli, que era la fiesta de los muertos pequeños y Huey Miccailhuitl para los muertos grandes.
Cuando las almas llegaban a este lugar, tenían que pasar por un largo, penoso y difícil recorrido que duraba cuatro años antes de pasar a las estancias definitivas. Sahagún indica que el viaje se hacía de la siguiente manera: Primero se humedecía la cabeza del cadáver y le daban un jarro con agua. Pues tenía que atravesar en medio de dos sierras que estaban encontradas una con la otra.
Después tenía que pasar el camino donde una culebra estaría esperándolo. Pasar por donde está la lagartija verde llamada Xochitónal. Atravesar ocho páramos. Atravesar ocho collados. Cruzar por donde el viento frío corta como navajas. Pasar a lomo de un perro el Río Chiconahuapan. Presentar sus ofrendas a Mictlantecuhtli. Y finalmente, después de cuatro años, pasar los Nueve Infiernos.
Mictlán y los nueve niveles para alcanzar la eternidad
Los nueve infiernos era parajes por donde los muertos transitaba una vez terminada la hazaña anterior. Primero estaba el nivel de Itzcuintlán o lugar que habita el perro. El Tepeme Monamictlán o lugar en el que se juntan las montañas. Después el Itztépetl o montaña de obsidiana. El Cehuelóyan o lugar donde hay mucha nieve, el Pancuetlacalóyan o lugar donde la persona se voltea como bandera. También el Temiminalóyan o lugar donde te flechan saetas.
El Teyollocualóyan o lugar donde te comen el corazón. El Apanohuayán o lugar donde se tiene que cruzar agua, el Chiconahualoyán o lugar donde se tienen nueve aguas. Finalmente, se alcanzaba el trayecto en una zona de niebla donde los muertos ya no podían ver a su alrededor.
Aquí, su estado de fatiga provocaba la reflexión de sus actos en vida y revivía la historia del muerto. Cuando esto pasaba, su alma se conectaba con todo lo que le rodeaba. Y Así el muerto se fusionaba con el todo y entraba por siempre al Mictlán.
¿Por qué celebramos el 1 y 2 de noviembre?
Como ves, el recorrido es largo y pesado, por eso el 1 de noviembre y como resultado de una fusión católica en la que adaptamos nuestras propias creencias. El día de muertos es la oportunidad para expresarles todo nuestro respeto a las ánimas que retornan en busca de comida, amor y recuerdos que toman a través de los altares.
FOTO PRINCIPAL: FUNDACIÓN CENTRO HISTÓRICO