La leyenda de la mulata de Córdoba es de las más recordadas en nuestro país
Muchos hechos impresionantes y difíciles de creer se han convertido en leyenda. La impresión que causa en las personas una anécdota bien contada da una sensación tan especial que muchas de ellas han sobrevivido a cientos de años; siendo contadas de generación en generación. Este es el caso de la leyenda de la mulata de Córdoba, Veracruz.
Su nombre era Soledad. El tiempo ha desdibujado el resto de las cosas que se supieron de ella, como sus apellidos y el nombre de sus padres, de haberlos conocido. Lo que sí continuó formando parte de la leyenda es el hecho de que Soledad, conocida como la mulata; tenía muchísimas habilidades. Podía predecir eclipses, terremotos y tormentas. Además, se decía que podía curar, con unas pocas hierbas, cualquier enfermedad y hasta el mal de amores. En Córdoba se decía que tenía también el poder de hacer que los hombres se enamoraran de ella con solo mirarla.
Uno de estos pretendientes era Martín de Ocaña, el alcalde. Él comenzó a cortejar a la mulata; pero fue recibido con más de una negativa. Con el tiempo; el orgullo llevó al alcalde a afirmar que la mulata era una bruja y que lo había hechizado con una bebida para hacerle perder la razón.
Por supuesto, esto la llevó a juicio; pues se trataba del alcalde. Así, la mulata de Córdoba fue condenada a muerte. Mientras se preparaba su ejecución; fue encarcelada en el fuerte de San Juan de Ulúa; que continúa en pie aún hoy, cerca del puerto de Veracruz.
Algunas versiones de la historia dicen que Soledad embrujó al guardia para pedirle un trozo de carbón. Otras afirman que sencillamente se lo pidió; y algunas que el propio guardia se lo ofreció al verla afligida. Lo cierto es que, de cualquier manera, la mulata obtuvo el carbón y con él dibujó en la pared de su celda un barco que parecía a punto de zarpar.
Un día antes de la ejecución de la mulata, al caer la tarde, se desató una tormenta tan fuerte que el puerto tuvo que cerrarse. Entonces, en su celda, Soledad le preguntó al guardia qué le hacía falta a ese barco. “Que navegue” respondió él. Entonces, la mujer se subió al navío de un salto, riendo, despidiéndose con el pañuelo.
Algunos de los pobladores pudieron divisar a la distancia un barco que se alejaba del puerto a pesar de la tormenta. Se corrió el rumor; y los guardias de San Juan de Ulúa se apresuraron a comprobar que “la bruja” no huyera. Pero ya era tarde. En el lugar solo pudieron hallar al guardia, quien había perdido la razón; y un trozo de carbón abandonado dentro, en el suelo.