Por Erick Galicia Lozano. Enviado
Más allá de ser una plaga molesta de jardín y desagradable a la vista, el caracol resulta ser una oportunidad para impulsar la economía de cualquier comunidad al ser una fuente para obtener alimento y productos de belleza.
El ejemplo lo ofrece la comunidad del ejido Santiago de Yeche, donde con recursos por casi 350 mil pesos se tomó la decisión de aplicar ecotecnias para la sustentabilidad como un sistema de captura de agua de lluvia, letrinas secas y un invernadero para cosechar caracoles.
Tal y como nos comparte el asesor técnico de la Comisión Nacional Forestal (Conafor), Angel Luciano Maya, a través del apoyo del proyecto “Casa de paja y técnicas ecológicas” la comunidad ha recibido capacitación para establecer un invernadero capaz de generarles recursos a través del caracol.
Tan solo basta un terreno de 40 metros cuadrados para generar de 15 mil a 25 mil caracoles y cuya producción tiene un gran valor en el mundo de la cosmética y la gastronomía gourmet
No se necesita gran ciencia, pues solo se trata de recuperar sus tradiciones ancestrales y que resultan más que amigables para el entorno, ya que aprovechan la riqueza natural del lugar sin necesidad de estrenarlo.
Un molusco muy rentable
Y qué mejor manera de aprovechar la riqueza que ofrece el entorno natural que la cosecha del mismo caracol de jardín, el cual no requiere más que un pequeño entorno acondicionado a manera de invernadero o con las hierbas y humedad suficientes.
Ni siquiera se necesita importar alguna especie de caracol al lugar, tan solo basta seleccionar los que se encuentran en la zona e introducirlos al invernadero en donde son colocados en diferentes áreas, ya sea para su crecimiento, reproducción o consumo final.
El lugar solo requiere de vegetación como espinaca, col o zanahoria, los cuales resultan ser el alimento favorito de caracol y que les permite crecer y reproducirse de forma abundante para llegar a obtener hasta un litro de baba por kilo de caracol.
Además, solo basta de mes a mes y medio para ordeñar los caracoles, los cuales no pasan de ser ordeñados más de dos veces en su vida para luego proceder a procesar su carne para su consumo.
Luciano Maya agrega que la carne puede ser aprovechada para la gastronomía gourmet, en donde un platillo de escargot (caracol cocinado) puede llegarse a vender de 150 a 200 pesos en una variedad de platillos de muy buen sabor.
“Viscosos pero sabrosos”
El caracol resulta ser un gran productor de colageína y que tiene efectos altamente cicatrizantes y de regeneración para la piel, todo ello contenido en su baba.
Por ello mismo, los productores procuran ordeñar al molusco solamente dos veces en su vida para mantener la calidad necesaria del producto y evitar que el caracol se estrese dañado en perjuicio de su salud y de la calidad de su carne.
Luciano Maya explica que el proceso original para extraer la baba consistía en perforarle la concha al caracol, lo cual lo pone a la defensiva y comienza a producir baba, sin embargo esto los lastima mucho, por lo que se usa otro proceso llamado “licuado”.
Este proceso consiste solo en colocarles un poco de agua y luego se les agita con la mano para hacerlos enojar, obteniendo el mismo resultado y permitiendo a los moluscos recuperarse para una segunda ordeña.
De la baba extraída se pueden producir jabones para la piel o usar directamente a 80 por ciento como mascarilla o cicatrizante.
Los caracoles son extraídos del invernadero tras su segunda ordeña y colocados en un hábitat controlado para limpiarlos y evitar que su carne sepa a lo último que comieron.
Al respecto, la señora Susana Guadalupe, habitante de esta comunidad, nos convida parte de los platillos que se preparan con estos moluscos, los cuales tienen un sabor similar al de las almejas o el camarón.
Con ellos, dijo, se pueden preparar desde ceviches hasta sopas, tortitas y ensaladas, con un sabor muy agradable al paladar. Solo basta lavarlos, desflemarlos y finalmente hervirlos o asarlos.
Así, ya sea con pulque, cerveza, agua de sabor o refresco, los caracoles pueden convertirse en un manjar a la par de los tradicionales escamoles, gusanos de maguey y otros tantos que conforman la tradicional comida prehispánica.