Cuenta la leyenda que los dioses vivían en una época donde no había día ni noche. El sol y la luna aún no existían, sólo había oscuridad. La única forma de obtener luz era haciendo fuego, pero no era suficiente.
Entonces tomaron cartas en el asunto, las cosas no podían seguir de esa manera. Los dioses Nanahuatzin y Tecuciztécatl se sacrificaron en una hoguera para darle vida a los astros. Momentos después aparecieron el Sol y la Luna.
Sin embargo, la luna brillaba demasiado y los dioses la golpearon con un conejo para disminuir su brillo. Aún así, algo no estaba bien, ambos permanecían inmóviles en el cielo. Los dioses debían sacrificarse. El encargado de ejecutarlos fue Echécatl, dios del viento.
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Todos estaban de acuerdo con el sacrificio excepto Xólotl, dios del ocaso y los espíritus, quien huyó antes de ser ejecutado. Debía esconderse para huir de la muerte. Entonces se transformó en un maíz de dos cañas. Por esa razón los campesinos lo llaman xólotl, en honor al dios.
Pero no sirvió de nada. Echécatl lo encontró. Xólotl huyo por segunda vez. Negándose a morir, se transformó en un maguey de dos cuerpos, al que ahora le llaman mexólotl. Y Echécatl lo volvió a encontrar. Xólotl no se rendía y esta vez se ocultó en el agua, convirtiéndose en un axolotl. Creía estar seguro, hasta que Echécatl apareció y esta vez se aseguro de que no huyera otra vez. Xólotl había muerto pero el axolotl había nacido.
Esa es la leyenda del origen del ajolote. Un dios necio y escurridizo que no estaba dispuesto a morir. Por eso el ajolote es un animal tan importante para México. Esta especie que ha intrigado a científicos de todo el mundo es parte de nuestra cultura e historia. Ha vivido desde nuestros orígenes y no podemos dejarlo morir. Debemos cuidarlo y respetarlo pues estamos hablando de nada menos que un dios azteca.