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Afiladores mexicanos siguen recorriendo las calles del país

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Por Columba García

Recorrer las calles del país no es tarea fácil para los afiladores mexicanos, pues tienen que soportar calor, lluvia, aire y frío para preservar uno de los oficios más antiguos y que con el paso del tiempo se está extinguiendo.

A pie o en bicicleta, diariamente viajan por las colonias de los pueblos o las ciudades para “sacarle vida” a los cuchillos, tijeras y otros instrumentos de corte.

Originario de Apan, Hidalgo, Israel Ramírez rueda en su bicicleta y a través de su armónica lleva música y anuncia que “andamos cerca para que salgan a sacarle filo a los utensilios”.

Todos los días, este hombre se levanta entre las 3:00 y 4:00 horas, desayuna y posteriormente toma el autobús que lo trasporta a la población donde inicia una larga jornada de trabajo que concluye al atardecer.

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Recorre municipios del estado de Hidalgo como Ciudad Sahagún y Tizayuca. Además, en el Estado de México llega a las alcaldías de Otumba, Temascalapa, Tecamac y Ecatepec.

Día a día voy “puebliando” hasta cubrir más o menos estos lugares. Hoy trabajo aquí, mañana en otro lado y así ando de pueblo en pueblo, “para que me vaya saliendo para el pan, porque hay veces que solo gano para mi pasaje”, relata en entrevista.

El oficio de afilar lo lleva en la sangre la familia de Israel. Él lo heredó de su padre y ahora se lo ha enseñado a seis de sus hijos, “todos los días salimos a sacarle vida a los cuchillos y tijeras, y así nos las vamos pasando, con o sin riesgo, pues son cosas de la vida”.

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Este afilador hidalguense gana entre 300 y 400 pesos diarios, pero a eso le tiene que restar el costo de sus pasajes y sólo se queda con aproximadamente 200 pesos, y “eso cuando me va bien”, dice.

Por cada utensilio que afila, Israel Ramírez recibe un pago mínimo de veinte pesos, ya que “todo depende de las cosas, el tamaño y tipo de pieza, pues unas requieren más cuidado que otras, como las tijeras que utilizan en las estéticas, son muy pequeñas y debo de hacerlo con mucho cuidado”, explica.

En su bicicleta carga su esmeril que pesa entre veinte y veinticinco kilos, “uno ya se acostumbra, y lo llevamos rodando con la misma llanta, pero ya en el transporte se pone en la cajuela del camión hasta donde voy”.

A lo largo de los años que lleva realizando este oficio, se ha enfrentado a muchos peligros, pero ha soportado todo y no se cansa porque este trabajo le permitió construir una casa y sacar adelante a su familia.

Cada vez hay menos personas que realizan esta actividad artesanal en el país, debido a que se ha abaratado el costo de los utensilios y es más fácil adquirir uno nuevo que afilarlo.

A pesar de esta situación, por las calles todavía quedan algunos afiladores que con el trabajo diario intentan preservar la tradición. Así como Israel que la pasión por afilar lo ha llevado a trabajar durante 30 años sin parar y anhela que este oficio no se pierda.