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Ropavejero, un oficio que sobrevive al paso del tiempo

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Por Miriam Castrejón

Hoy en día las exigencias económicas han dejado atrás oficios tradicionales, uno de ellos es el ropavejero, aquella persona que recorría las calles para comprar y vender artículos usados y, que hoy es cada vez más difícil encontrar.

Aunque el término como tal ha desaparecido, la actividad sigue realizándose, “ahora se les llama `chachareros´”, comentó Brenda Mendoza, una joven de 28 años, que se dedica a vender cosas de segunda mano en la zona oriente de la Ciudad de México, desde hace casi una década .

“Yo inicié en este negocio por herencia de mis padres. El que comenzó fue mi papá, él intercambiaba su trabajo de barrer banquetas o limpiar jardineras por ropa, zapatos, juguetes o electrodomésticos que ya no usara la gente, para llevarlos a un almacén de la Central de Abasto donde los cambiaba por trastes de plástico nuevos que después vendía y así poder sacar adelante a la familia”.

Si bien, Brenda no recorre las calles para obtener sus artículos, continúa con la herencia familiar al vender cosas que conocidos o amigos le regalan.

El trabajo de un ropavejero antes era caminar por calles de colonias económicamente bien posicionadas, para ofrecer sus servicios y obtener mercancía. Hoy en día no es así, las personas que se dedican a esto regularmente ponen puestos en tianguis o afuera de sus casas.

“Tenemos que ir a las cinco de la mañana a buscar a los líderes de los tianguis para que nos asignen un lugar siempre y cuando hayamos pagado nuestra cuota de cinco pesos. El espacio depende de los artículos que vendas, a nosotros como `chachareros´ nos dejan normalmente las orillas”, explicó Brenda.

Los objetos que se venden normalmente son ropa, zapatos y peluches, que según Brenda, se tienen que lavar y remendar aquellos que estén en peores condiciones para que tengan una buena apariencia y con ello se designen los precios. Los costos van desde tres hasta 25 o 30 pesos, esto depende del artículo y el estado en el que se encuentren.

Las ganancias diarias varían entre los 200, cuando tienen mala venta, hasta los 500 pesos, que es lo más que ha llegado obtener Brenda en un día.

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Ante los cambios que ha enfrentado el tradicional oficio de ropavejero, vender cosas usadas en lugares fijos se ha convertido en un buen negocio, tanto, que cada vez son más las personas que se dedican a esto, ya sea por necesidad, por costumbre o porque quieren deshacerse de las cosas que ya no ocupan. Tal es el caso de la señora Inés, quien desde hace tres meses saca un puesto afuera de su casa para poder desechar los objetos que ya no le sirven.

“Decidí sacar mi puesto porque mis hijos y yo hicimos escombro en la casa, encontramos muchas cosas que ya no utilizamos y pensé que a otra gente podrían servirles”, declaró.

Es así que personas como Brenda o doña Inés nos muestran que aunque los oficios populares vayan desapareciendo, aún existen personas que continuarán con la tradición solo por el gusto de conservar un negocio familiar o ayudar a aquellas personas que lo necesitan.