Por Juan Carlos Castellanos C.
A Luis Hernández Estrada (Ciudad de México, 1945), relojero formado desde 1960 en México por su padrino Carlos Salamanca Velázquez y en Suiza por los más reputados maestros en la materia, se deben la belleza, reparación y mantenimiento de la mayoría de los relojes monumentales de la Ciudad de México.
Entrevistado, don Luis lamentó que la relojería mecánica vaya a la baja en México, lo que sustenta al recordar que en 1990, cuando comenzó a impartir clases profesionales de esa materia, se le amontonaban los alumnos en su taller, mientras que hoy, no llegan a 15 sus alumnos. “Ahora, quien cambia pilas y pone correas nuevas se dice relojero”, fustigó.
Sobre los relojes monumentales ahora en abandono, citó que cuando Hernán Cortés llegó a tierras que ahora conforman la Ciudad de México, trajo consigo un reloj enorme que le había regalado Carlos IV. Se colocó en la calle a espaldas de la actual Catedral Metropolitana, misma que fue llamada Del Relox (en español antiguo) donde permaneció durante años.
“Ese reloj aún existe, está en el Museo Casa de Cortés, porque cuando el conquistador salió de aquí cargó con todo y su reloj, se fue a Cuernavaca a edificar su castillo y ahí fue colocado y se puede admirar, es de hierro forjado hecho a mano, sin tuercas, ni tornillos ni soldadura; nunca nadie le dio mantenimiento, pero es un reloj emblemático”, señaló.
Comentó que a partir de 1968, muchos relojes fueron retirados de sus respectivas iglesias, como la de San Hipólito en la esquina de las avenidas Paseo de la Reforma e Hidalgo; en la Iglesia de Santo Domingo, a dos calles del zócalo, únicamente quedan las campanas, mientras los mecanismos, muy finos, están abandonados sin que nadie evite su deterioro.
Otro es el reloj de la iglesia de San Pablo, localizada en la calle del mismo nombre, muy cerca del Mercado de la Merced. Su carátula está de lado, y la maquinaria afectada por el abandono, la suciedad de las palomas y la intemperie. “Al cura de ahí no le interesa componer ese reloj de fina maquinaria, aunque yo le ofrecí arreglarlo sin cobrarle nada”.
No existe en México una cultura del reloj, dijo tajante, y destacó que antiguamente la gente guiaba sus actividades por la hora que daban las campanas de los relojes colocados en iglesias, fábricas y diversas empresas, lo mismo que en la vía pública. Ya no importan esos relojes, porque todos tienen uno en su muñeca o en su teléfono, aseguró Hernández.
Muchos relojes de ese tipo están tirados en el olvido y por eso, hace algún tiempo se dio a la tarea de escribir un artículo al que tituló “La triste agonía de los relojes monumentales” pues cree que no están muertos, sino en agonía. Así, tomó el reto de repararlos y ponerlos a la hora, para que lucieran y sonaran como en sus mejores días, minutos y segundos.
Uno de ellos es el reloj monumental que está en la fachada del viejo edificio del periódico El Universal. El sismo de 1957, que provocó la caída del Ángel de la Independencia de su columna, también afectó a ese reloj. Se cerró el edificio, dejando sólo la planta baja en servicio, y pasó el tiempo hasta que el dueño quiso reparar el inmueble y con él, su reloj.
Era 1991 y de 100 empresas en todo el país, sólo tres dijeron poder reparar ese reloj, una de ellas la de don Luis, tepiteño necio, aguerrido, preguntón y muy trabajador. “A todos les dio miedo o no pudieron desmontar la maquinaria de 10 toneladas de peso; yo lo hice, la restauré y la volvía montar”. No cobró ni barato ni caro, sino lo que creyó justo para él.
“Otro en el lugar de Juan Francisco Ealy Ortíz, dueño del periódico ‘El Universal’, hubiera quitado ese reloj alemán descompuesto y comprado otro nuevo. Pero él tuvo el tino de mandarme a repararlo con su gran carátula de 1.5 metros de diámetro, manecilla horera de 20 kilos y manecilla minutera de 30. Además, hice volviera a tocar el Himno Nacional”, informó.
Hernández Estrada subrayó orgulloso que él ha reparado y dado mantenimiento a todos los relojes monumentales del Centro Histórico de la Ciudad de México, y al famoso de la ciudad de Pachuca, en el Estado de Hidalgo. Una vez lo llamaron a las tres de la mañana para que fuera a componerlo porque se había parado, y eso, enoja a los pachuqueños.
Reparó el reloj de la Catedral Metropolitana. Como muchos otros, tiene número romanos y el cuatro representado como IIII. “Una leyenda dice que cierto rey de España hizo una carátula y mandó hacer una maquinaria. El relojero le indicó que el cuatro romano se representa IV y por esa muestra de falta de respeto al soberano, el relojero fue ahorcado.
Otra versión señala que el cuatro en las carátulas de reloj con números romanos se escribe IIII porque los suizos así lo consideraron, bajo el argumento de que se ve más simétrico y nivela su estética, al no dejar más cargado el lado izquierdo de la carátula. Lo cierto es que ese reloj monumental de la Catedral Metropolitana ya ha sido reparado por don Luis.
Durante su formación en Suiza, preguntó a sus maestros porqué en los libros y fotos los relojes siempre marcan las 10:10. Ahí le dijeron que para que las carátulas se puedan apreciar en toda su belleza, mientras que en Estados Unidos es así porque a esa hora asesinaron a Abraham Lincoln, y en su honor, todas las imágenes tienen esa hora.
¿Dónde se fabricó el primer reloj monumental?
“En Inglaterra, dicen que ahí, aunque en España aseguran lo mismo. Creo que fue el monje inglés Gerberto de Aurillac, quien ideó un mecanismo sin carátula que pegaba con un martillo a una campana cada hora; él llegó a ser el papa número 139 de la Iglesia católica, de 999 a 1003, llamado Silvestre II”.
La medida exacta del tiempo es el avance de la humanidad, porque sin relojes exactos, no existiría la electrónica, que no es sino pasar micro cantidades de corriente en un micro lugar en un micro tiempo. Y gracias a la electrónica, han llegado cohetes a la Luna, y millones de personas en el mundo tienen facilidad para realizar sus labores diarias, acotó.
Con la pasión manifiesta al hablar de los relojes, ha reparado también el de la Torre Latinoamericana que hoy es electrónico; en 1992 el Otomano de origen francés regalado por el pueblo Turco a México en 1910, localizado en la esquina de Bolívar y 16 de Septiembre, conocido como “reloj de la ranita”, y el del Palacio Postal frente a la Alameda.
Al tiempo que ve con tristeza que el reloj del edifico Banobras en Tlatelolco está en total abandono, recuerda con agrado que en noviembre de 2016 le pidieron ver el reloj de la Plaza México porque se había parado. “Fui a verlo y descubrí que sólo estaba la carátula, y que al reloj se lo robaron. Urgía y lo reparé, porque cuando marca las 16:00 horas, inicia el paseíllo, la música y toda la fiesta brava”.
Respecto al reloj monumental del Parque Hundido, fabricado en México por Roque Leonel Olvera Charolet, señaló que falla mucho. “Ya me llamaron para que lo arregle y lo voy a hacer. Lamentablemente Roque ya falleció y no dejó los planos de la maquinaria pero su hijo y yo podríamos comenzar su reparación en dos meses”, adelantó el entrevistado.
Finalmente, Don Luis elevó la voz para recitar una recopilación de pensamientos sobre el reloj:
“Descubramos un reloj mecánico y observemos su anatomía/muelles y engranes, resortes y péndulo/sin embargo, con este frágil mecanismo, es posible dividir el tiempo con mayor exactitud que la que nos permite el Sol/con su ayuda ubicamos los buques en altamar, y tenemos con ellos una medida exacta y universal/sereno de la noche, despertador de madrugada, cronómetro celoso y feroz/reloj, cajita de tiempo inagotable”.