Cuenta la leyenda que la china Hilaria era una hermosa mujer que salió ilesa de las manos del mismísimo demonio
Algunos creen que era una bruja. Otros, que su belleza física, aunada a su amabilidad, la pusieron a salvo. Y aunque nadie sabe con certeza qué fue; lo cierto es que su leyenda perdura hasta nuestros días. La china Hilaria no sólo es la protagonista de una insólita leyenda, sino que llegó a formar parte de una expresión que solamente los mexicanos sabemos reconocer.
Todo comenzó en El Encino, un popular barrio del estado de Aguascalientes. Allí. una mujer se dedicaba a preparar y servir comida en una pequeña fonda para subsistir. Su nombre era Hilaria, y además de que su sazón era excepcional, el buen trato que ofrecía a sus clientes los convencía de volver.
Para rematar, Hilaria era una mujer de gran belleza. El atributo físico que más destacaba en ella eran los largos rizos que enmarcaban su rostro. Gracias a ellos, se ganó el cariñoso sobrenombre que identifica su leyenda: la china Hilaria.
Por supuesto, no era raro que los hombres del barrio se fijaran en ella. Un día, un sujeto de muy malos antecedentes llegó a comer en donde Hilaria atendía, y quedó prendado de ella. Todos le llamaban el Chamuco, y además de su mala fama, era agresivo, hostil y presumido. Por supuesto, intentó cortejar a la famosa mujer, pero solamente recibió negativas.
Conforme pasaba el tiempo, el Chamuco comenzó a ser más insistente y menos amable, pues la china Hilaria no cedía. Al contrario, acudió con el sacerdote del pueblo para pedirle ayuda ante la insistencia del rufián que no la dejaba en paz.
Tras hablar largo y tendido, el sacerdote le dijo al Chamuco que debía conseguir un mechón del cabello de Hilaria e intentar alisarlo de manera natural, es decir, sin trucos. Si lo lograba en menos de dos semanas, Hilaria aceptaría salir con él; pero si no, debía dejar de cortejarla.
Sin embargo, el Chamuco no era un hombre paciente. Tras unos cuantos intentos, optó por el camino fácil y le pidió al diablo que realizara la tarea. A cambio, le ofreció su alma.
Lo que ni el Chamuco se esperaba era que el demonio no podría alisar ese mechón, pues en aquello consistía el plan del sacerdote. Desesperado, el diablo arrojó el mechón a la cara del hombre, dejándole una quemadura que le atravesaba la cara. Por supuesto, el plazo se venció sin que el mechón cediera, por lo que el Chamuco tuvo que dejar de insistir. Sin embargo, desde entonces, se dice que cuando le preguntaban cómo se encontraba, el respondía: “¡De la chi…na Hilaria!”
Foto de portada: Plaza de Armas, Aguascalientes. México en fotos