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Terror a la mexicana: La escalofriante historia del Palacio de Lecumberri

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El sufrimiento era perpetuo y parejo, lo mismo si eras culpable o inocente. Había torturas que solo podrías imaginarte o ver en las películas de terror más escalofriantes.

Mejor conocido como el Palacio Negro cumplió con el objetivo para el que fue construido, ser la prisión más temida de México. Un escenario lúgubre e imponente donde se respiraba dolor, injusticia, tristeza y desolación.

Ante el sombrío panorama de lo que se vivía en Lecumberri. Las historias paranormales alrededor del recinto de más oscuro de la Ciudad de México no son una sorpresa. Las personas cuentan que una serie de presencias fantasmales recorren los pasillos.

Una de las más populares es la de Don Jacinto, una historia que eriza los vellos y al mismo tiempo llena de conmoción y hasta de tristeza.

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Cuenta la leyenda que…

En una noche como en cualquier otra y “Juan” estaba terminando de limpiar las oficinas de recepción. Recordemos que después de 1975, Lecumberri se convirtió  en el Archivo General de la Nación.

Se había tardado un poco más de lo habitual. Cuando terminó se disponía a guardar sus utensilios de limpieza en una pequeña bodega al final de un largo pasillo y lleno de eco.

Al caminar por el corredor escuchó un largo suspiro y éste lo asustó un poco porque ya había oído rumores de que ahí espantaban, pero eso solo fue el inicio.

En una banca afuera de la recepción se encontró con un hombre sentado en una silla. Juan sintió que el corazón le daba un vuelco y que perdía el conocimiento, pero su curiosidad pudo más. Se acercó al misterioso y demacrado personaje y le preguntó:

– ¿Quién es usted?, ¿cómo entró aquí?

El hombre suspiró de nuevo con profunda melancolía. Miró a Juan con indiferencia, agachó la mirada y volvió a suspirar.

– Otra vez no vino, ¿verdad?

– ¿No vino quién?, preguntó Juan

– Amelia. No vino. ¿Usted no la vio?

– ¿Quién es Amelia?, ¿trabaja aquí?

– Amelia es mi esposa.

Juan más entusiasmado con la conversación que temeroso, comenzó a darle importancia a la vestimenta del personaje, se dio cuenta que llevaba un uniforme gris, desgastado y sucio. Parecía el uniforme de reo de los años cuarenta. No se veía como un fantasma, más bien como una persona enferma y profundamente triste.

– ¿Por qué está usted aquí a estas horas?

Juan volteó para dejar su cubeta en el piso y mientras formulaba una pregunta más, aquel misterioso hombre ya no estaba. Cuando cayó en la cuenta de que estaba sosteniendo una conversación con una persona no existente casi pierde el conocimiento.

Todos los viernes terceros de cada mes, el fantasma se aparecía haciendo las mismas preguntas. Juan no pudo con la curiosidad y decidió investigar sobre aquella torturada persona.

Indago en los archivos que existían sobre los prisioneros y descubrió que el nombre del fantasma era Jacinto y lo apodaban el “Venado” porque su esposa lo había traicionado con su compadre. Por si eso fuera poco, a Jacinto lo vendaron como dirían por ahí, ya que su compadre y la infiel esposa lo culparon de robo y asesinato.

Juan descubrió que aquel triste hombre había comenzado a trabajar con una rica mujer haciendo reparaciones a su casa. Por lo que usando las llaves de Jacinto, los adúlteros entraron a la casa para robar y matar a la señora. La esposa testificó en contra de Jacinto alegando que éste había sido el autor intelectual de aquel macabro plan. El “Venado” no quería que culparan a su esposa, por lo que aceptó los cargos con la falsa promesa de amor eterno de Amelia.

Jacinto se sumergió en una profunda tristeza, la esperó cada viernes de visita, pero jamás la volvió a ver. El prisionero no estuvo mucho tiempo en Lecumberri pues a los dos meses y medio se quitó la vida colgándose del segundo piso del pabellón cuatro, justo el pasillo que colindaba con el pasillo en donde Juan tenía que guardar sus cosas de limpieza.

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Lecumberri fue construida durante el gobierno de Porfirio Díaz para aquellos que no acataran la ley. Su construcción inició el 9 de mayo de 1885 y fue inaugurado el 29 de septiembre de 1900.

El más oscuro de los palacios era un escenario para que la maldad apareciera en escena. Asesinatos, torturas, violaciones y crueldad. Lo relataba Monsiváis en su libro Los Mil y un Velorios… “En la mitología popular Lecumberri es lo prohibido, la vecindad sin salidas, la continuación de lo mismo entre rejas (…) es a la vez un recinto de maldad, la concentración de vicios y desechos humanos, y lo contrario, un espacio de solidaridad.”

Un espacio donde hay muchas historias que contar y al mismo, un lugar cuya esencia son el silencio y el misterio.