Cada Navidad embellecemos nuestro hogar con cientos de luces y un árbol lleno de esferas, pero también con flores de Nochebuena, símbolo navideño infaltable, y que además tiene su propia leyenda. Como en toda tradición oral, la leyenda de la Nochebuena tiene múltiples versiones, y en casi todas los niños y las niñas son protagonistas. Hoy en Más México te compartimos estas tres versiones de una leyenda tan mexicana como la flor de la que hablan:
Las lágrimas de un niño
Cada año, los vecinos de un pueblito mexicano se daban cita al interior de la iglesia para ofrecerle un presente al niño Jesús, lo cual era motivo de alegría para todos. Pero a nadie le gustaba más ésta tradición como a un pequeño niño, muy pobre, que no hacía sino observar a cuanto peregrino se aproximaba al nacimiento con las manos llenas. Al chiquillo le dolía mucho no tener nada que ofrecerle al niño Jesús, por lo que sólo le quedaba ocultarse apenado para que nadie notara su carencia.
Cierta Nochebuena, el pequeño se hallaba escondido en un rinconcito apartado de la iglesia observando a la demás gente depositar sus regalos, pero en esta ocasión no soportó la tristeza y se soltó a llorar quedito y en silencio. Fue entonces que algo sorprendente sucedió: el niño vio cómo poco a poco, de las lágrimas que había derramado sobre el suelo, comenzaba a brotar un tallo y después una pequeña flor. La pequeña flor abrió sus pétalos de encendido color rojo en forma de estrella y el pequeño, entusiasmado, se dio cuenta de que acababa de presenciar un milagro.
Rápidamente, tomó la flor y se aproximó al nacimiento con el más bello obsequio que había recibido jamás, para regalárselo al niño Jesús ante la sorpresa de los feligreses, quienes maravillados con la hermosura de la flor que había brotado de las lágrimas del pequeño, decidieron nombrarla “Nochebuena”, honrando el día que la vio nacer.
La anciana y la cobija
Corría la víspera de Navidad más gélida que nuestro país había experimentado jamás, lo cual era motivo de preocupación para los habitantes de un pequeño pueblecillo que preparaba el pesebre del niño Jesús, puesto que su cobijita estaba ya muy vieja y maltratada, y no lo protegería de tanto frío. Ante esta situación, el párroco de la iglesia encomendó a una mujer muy humilde la tarea de tejer una nueva cobija, a lo que ella, sin dudarlo, puso manos a la obra. Pero poco después cayó enferma, víctima del mal tiempo, por lo que tuvo que abandonar tan importante empresa. Su hija se decidió a terminar aquella noble labor, pero al no contar con la experiencia y las habilidades necesarias para manejar el telar, no hizo sino arruinar el trabajo de su madre ¡Faltaba sólo un día para la Navidad y el niño Jesús se quedaría sin cobija!
Al darse cuenta de que ya no habría más tiempo para remediar su error, la pequeña, terriblemente afligida, se escondió como pudo con el temor a ser inculpada de la catástrofe que se avecinaba. Pero entonces, una anciana que pasaba por ahí descubrió a la niña oculta entre los arbustos próximos a la iglesia: “¿Pero qué es lo que te pasa, por qué lloras?” dijo la anciana. La niña le explicó muy apenada que encima de que su mamá estaba enferma, el niño Jesús iba a pasar mucho frío esta Navidad. Comprensiva, la anciana le respondió: “No te preocupes pequeña, tu madre recién se recuperó… ¿Qué te parece si me haces un favor? Corta unas ramitas de éste mismo arbusto y llévaselas al niñito Jesús como obsequio, de parte tuya y mía”. La niña, sorprendida con aquella extraña petición, se apresuró a arrancar las ramas menos maltratadas por el frío y se escabulló al interior de la iglesia.
La temperatura seguía bajando cuando con mucho cuidado colocó las ramitas sobre el pesebre, tal como la anciana le indicó. De pronto, del ramo comenzó a emanar una luz muy radiante, al tiempo que la iglesia entera se llenó de un calor muy apacible. Poco a poco, de las ramas empezaron a brotar pétalos color rojo que se multiplicaron hasta convertirse en grandes flores con forma de estrella. Tanto la niña como los estupefactos feligreses a su alrededor, pudieron ser testigos de cómo la iglesia, las calles y todo cuanto a la vista se ofrecía, comenzaba a llenarse de aquellas rojas y radiantes estrellas que bautizaron “Nochebuenas” por el cálido obsequio de una pequeña al niño Jesús en la víspera de Navidad y, con él, al mundo entero.
El ángel
Cuentan que cada diciembre, frente al altar de la iglesia de un pequeño pueblo, una niña lloraba afligida por no tener un presente que ofrecer al niño Jesús. Ella era muy pobre y su único consuelo era orar todas las noches antes de Navidad con la esperanza de encontrar algo bonito que pudiera llevar al nacimiento.
Justo la noche del 24, mientras la niña rezaba con mayor fervor, la luz de un ángel inundó toda la iglesia. Con voz dulce pero altiva, le dijo: “No llores más, pequeña… seca tus lágrimas y ve a buscar algunas ramas y hierbas de las que crecen a un lado del camino que conduce hasta aquí. Junta un ramo, tráelo de vuelta y llévalo donde el niño Jesús”. Ella, aunque muy alegre por la aparición, no dejaba de sentirse insegura por la orden que le había dado el ángel. Un hierbajo no podía ser un presente digno del niño Jesús. Pero aun así cumplió al pie de la letra la indicación.
A la entrada de la iglesia, la niña dudó una vez más, pues en verdad le apenaba muchísimo su ofrenda… sin embargo, poco tardó en hacerse del coraje suficiente para marchar a paso lento pero firme rumbo al nacimiento y, al llegar, no pudo contener una lágrima de aflicción por tan humilde obsequio. Aquella lágrima fue a dar justo en el ramo que la pequeña sostenía entre sus temblorosas manos… entonces, las raíces se ensancharon y dieron lugar a un vivo tallo, y las hierbas se iluminaron de un intenso color rojo: la niña, asombrada, acababa de hacer brotar con sus lágrimas la flor de Nochebuena. Ahora su llanto sería de felicidad, mientras depositaba con mucha delicadeza tan hermoso regalo junto al niño Jesús.