Rojo carmín
Uno de los principales aportes del México prehispánico fue la grana cochinilla.
Un insecto del que se obtiene un colorante natural e intenso que, en su época, maravilló al mundo entero.
Hablamos entonces de un insecto parásito que se aloja en los nopales o tunas.
El carmín que se extrae de las hembras de la especie se usa como tinte de tejidos desde hace siglos.
Al ser mezclado con ácidos, da otros tonos de rojo, pero al combinarse con los alcalinos cambia a morado.
Entre los pueblos mesoamericanos, la grana era sumamente cotizada por los pobladores y se utilizaba para teñir objetos diversos como alimentos, plumas, madera, textiles, algodón, tajes, viviendas, piedras y tintas para códices.
La plantación y reproducción se realiza introduciendo la cochinilla viva en los sacos de tela que se depositan sobre la hoja de la tunera o nopalera.
A los pocos días estos sacos son retirados y puestos en una nueva hoja.
Es al poco tiempo que los insectos de menor tamaño pasan a través de la fina tela hasta la hoja de la tunera y se alojan ahí.
Es a los 90 días de su plantación que se recolectan con ayuda de una cuchara con mango alargado.
Durante el siglo XVI fue el colorante natural más exportado de la Nueva España, después del oro y la plata.
Desde que los europeos conocieron la grana cochinilla, a la caída de Tenochtitlan, notaron su valor.
Durante este mismo siglo, en la época de reyes y príncipes, el color rojo era un símbolo de poder.
Este, se asociaba principalmente a las altas jerarquía de la iglesia y la monarquía.
El nopal fue una más de las contribuciones de México al mundo pues su fácil adaptación a terrenos áridos y climas secos permitió su expansión y los españoles introdujeron esta cría en Perú, en Islas Canarias y en Guatemala.
La producción en México se concentraba mayormente en el estado de Oaxaca.
En la actualidad, la cochinilla aún se utiliza para teñir textiles de lana.