Como muchas otras leyendas, la del niño perdido tiene que ver con un lugar que aún conocemos
Las historias forman parte de nuestro día a día. Ya sea hablando con tus amigos acerca de esa vez que te equivocaste de camión o sobre sucesos que ocurrieron hace cientos de años; no podemos dejar de contarlas. Algunas son tristes, otras encierran lecciones; y muchas de ellas son aterradoras. El día de hoy te contaremos una de ellas.
Hace muchísimos años, en lo que hoy es el Eje Central; surgió la leyenda del niño perdido. Todo comenzó alrededor del año de 1650 o 60. En esa época era común que los españoles que desearan comenzar de cero vinieran a lo que entonces era Nueva España. Ése era el caso de un adinerado hombre que. tras la muerte de su esposa viajó con su hijo Lauro, a quien la pérdida de su madre le afectó mucho.
El problema era que, por más que su padre intentaba entretenerlo y animarlo; el pequeño Lauro no mostraba señales de mejoría en su estado de ánimo. Tanto fue así, que de la angustia, el esfuerzo y el cambio de vida, no faltó mucho tiempo para que el padre cayera enfermo.
No le quedaba mucho tiempo de vida. Sabía que había llegado su hora, pero no deseaba abandonar al pequeño a su suerte, así que buscó una esposa que cuidase de Lauro cuando enviudara. Y evidentemente, no tardó mucho en hallar a una candidata.
Sin embargo, al conocerla Lauro reaccionó terriblemente. No deseaba que esa mujer fuera su madrastra; pero eso no impidió que la boda se realizara. Desde el primer día, era evidente que la mujer no soportaba al niño, quien tenía un sentimiento similar hacia ella. Aquel odio mutuo llegó a su punto cúspide cuando, un día que parecía ser como cualquier otro, Lauro desapareció,
Nadie sabía donde se hallaba, ni le había visto, ni lo había escuchado pedir auxilio. Su padre, asustado, lo buscó sin descanso días y noches enteras; hasta que la angustia lo consumió.
Después de su fallecimiento, y como seguía sin haber señales de Lauro, fue la madrastra quien heredó la fortuna del español y permaneció en la casa. Pero tanto los sirvientes como los vecinos procuraban alejarse de ella. Con el tiempo, y el aislamiento; se dice que la viuda comenzó a volverse loca. Gritaba que no había sido ella, que se le dejara en paz y rogaba que se guardara silencio aunque en la casa no hubiera más que los sirvientes.
Poco a poco, su inestabilidad y pánico fueron creciendo; hasta que un día, en medio de uno de esos ataques donde juraba que no había sido ella quien lo hizo – aunque nadie sabía qué – se lanzó por la ventana de la planta alta y falleció. Al momento, una llave cayó al piso desde Dios sabía dónde, y los empleados de la casa fueron a investigar.
Se probaron puertas, ventanas y baúles. Al final hallaron una habitación que solamente tenía un librero. Cuando lo movieron, descubrieron una puerta oculta detrás, y una peste impresionante. Aún así, entraron. Por supuesto, la llave que cayó cuando la viuda se arrojó por la ventana, era la del baúl. Y aunque el olor que despedía como advertencia lo dejaba claro; muchos de ellos se llevaron un buen susto al hallar dentro el cuerpecito de Lauro. Por si quedaba alguna duda, el pañuelito con el que el pequeño estaba maniatado había pertenecido a la viuda, como pudieron verificar los trabajadores de la casa.
Como ya no quedaba a quien atender, todos se fueron. Y por mucho tiempo, esa calle sería conocida como aquélla donde vivió y murió trágicamente Lauro, el niño perdido.
Como esta, existen muchas leyendas sobre niños mexicanos o sobre situaciones de diferentes estados del país. ¿Las conoces?