En las profundidades de la selva maya se encuentran cuatro caminos, todos de colores diferentes: rojo, blanco, amarillo y negro. El más peculiar de todos era el negro, el camino que guiaba a la entrada del Xibalbá.
Un mundo subterráneo, el inframundo maya. Para llegar ahí se descendía por unas escaleras muy inclinadas que desembocaban en la orilla de un río, el cual recorría barrancos y jícaros espinosos. Al final del camino, te encontrabas en la sala del consejo se los Señores de Xibalbá quienes sometían al alma del fallecido a algunas pruebas, según el Popol Vuh los lugares eran de tormento y castigo.
El primero era la Casa oscura, en cuyo interior solo gobernaban las tinieblas. El segundo, la Casa del frío donde soplaba un viento frío e insoportable. El tercero, la Casa de los jaguares, miles y miles de jaguares lo habitaban eran tantos que se revolvían y amontonaban, amenazaban con sus garras, gruñían e incluso se mofaban.
El cuarto, la Casa de los murciélagos, un lugar donde solo escuchabas los chillidos y gritos de estos animales nocturnos y los veías revolotear por miles. El quinto, la Casa de los cuchillos, en el que solo había navajas afiladas y cortantes y el sexto, la Casa del calor, donde las brasas y llamas reinaban.
Aunque en estos círculos se desencadenaban los más crueles tormentos, había uno en particular más oscuro e infernal. En el noveno, existía un dios malévolo y repugnante lleno de oscuridad y malicia.
La aterradora imagen de Ah Puch
Una calavera era su cabeza, la carne que cubría su cuerpo estaba hinchada, gris y en algunas partes tenía círculos negros propios de la descomposición del cuerpo. En su torso podían verse las costillas desnudas de carne y algunas partes de su columna vertebral. De su nariz se emanaban olores fétidos.
Los accesorios que siempre lo acompañaban eran sus ornamentos en forma de cascabeles, estos podían estar atados a su cabello o a las cintas que ceñían sus brazos y piernas. Más a menudo se los representaban en un collar a manera de golilla.
El dios de la muerte era la antítesis de Itzamná, deidad de la creación y espíritu universal de la vida. Al igual que éste, Ah Puch su nombre tiene dos jeroglíficos. El primero representa la cabeza de un cadáver con los ojos cerrados por la muerte, el segundo la cabeza del dios mismo, con la nariz truncada, mandíbulas descarnadas y como prefijo un cuchillo de pedernal para los sacrificios.
Los animales que siempre lo acompañan son considerados de mal agüero como el perro, el murciélago y la lechuza.
Cómo podías esconderte del dios de la muerte
Al caer la noche, este dios de lo nefasto ronda las casas de los enfermos con el fin de alimentarse de ellos o para conducirlos al inframundo. La única ventaja de los vivos, era que podían escuchar al dios acercarse por el ruido que emitían las campanas y collares que cimbreaban a su paso.
Si no salías corriendo y eras visto por el dios, no había escapatoria. A menos que lo despistarán con gritos y llantos desgarradores. De esta manera, el dios creía que no había salido de su mundo subterráneo y buscaba nuevas rutas de caza.
Ah Puch es un dios temido pues se asocia con enfermedades y malas cosechas. Era el enemigo natural de Chaac, dios de la lluvia y aunque era poco ingenioso, era un dios al que se debía temer.