Esta semana mis hermanos y hermanas me tocó contarles sobre la vida de Nicolás Bravo Rueda, así es el insurgente que es famoso por haberle perdonado la vida a más de 300 prisioneros españoles, es más los Presidentes en la ceremonia del grito de Independencia reciben el lábaro patrio abajo de un cuadro en donde se recrea esa escena.
Pero déjenme contarles desde el principio, Nicolás Bravo nació un 10 de septiembre de 1786 en Chichihualco, Guerrero, venía de una familia militar y por ello siguió la tradición familiar.
El 17 de mayo de 1811 un joven Nicolás se agregaba a las fuerzas militares de Hermenegildo Galeana, esto fue como ya saben en la segunda etapa de la guerra de la independencia, luchó junto con su padre Leonardo y sus tíos Víctor, Máximo y Miguel.
José María Morelos y Pavón lo tomó de manera rápida como su mano derecha y es en ese tiempo cuando se entera que Félix Calleja atrapa a su padre, Leonardo Bravo, y a cambio de la vida de su progenitor le pidieron que abandonara la lucha y al ejército insurgente; Morelos al enterarse le propone que entregue 800 prisioneros españoles a cambio de la vida de su padre.
El virrey Francisco Javier Venegas no acepta el trato y asesina a Leonardo Bravo, Morelos le otorga 300 prisioneros españoles a Nicolás Bravo para que los ejecute como venganza pero el insurgente mostrando entereza y generosidad mencionó la frase que lo hizo inmortal “Quedáis en libertad”, puso en libertad a los 300 hombres y algunos de ellos se unieron a su lucha al saber lo que le había pasado a su padre.
Durante su lucha por la Independencia se estableció en Tulancingo junto con Guadalupe Victoria y ahí construyó una fábrica de pólvora y creó el periódico “El Mosquito de Tulancingo”, ahi se ganó el respeto y admiración de los habitantes.
Nicolás Bravo tuvo tres periodos como Presidente de la República, 1839, 1842 – 1843 y 1846 y en todos ellos intentó anular las disposiciones de Santa Anna pero no lo logró.
Ya retirado agarró de nuevo las armas al luchar en contra de la invasión de Estados Unidos, él mismo decidió dirigir la batalla del Castillo de Chapultepec.
Murió de forma repentina en la Hacienda de Chichihualco, Guerrero el 22 de abril de 1854 al mismo tiempo que su esposa, lo cual hizo circular un rumor de que habían sido envenenados. Fue declarado Benemérito de la Patria y su nombre fue inscrito con letras de oro en la Cámara de Diputados.