La literatura mexicana es tan rica y vasta, que sería imposible reducirla a un par de líneas. Sin embargo, existen obras que sin duda ya son parte fundamental del imaginario colectivo: sus personajes tan humanos como imaginarios, sus paisajes por los que quizá algún día hemos transitado, la multiplicidad de ideas y emociones que tantas veces hemos hecho nuestras, son resultado del talento de estos grandes literatos. A continuación te compartimos los libros mexicanos que han logrado todo esto y mucho más:
“Pedro Páramo” de Juan Rulfo
“Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace”.
Desde 1955 se han hecho tantas ediciones de “Pedro Páramo”, que sería imposible precisar un número. Lo cierto es que la obra cumbre de Juan Rulfo ha vendido millones de copias alrededor del mundo, y se ha traducido a más de 40 idiomas, convirtiéndose en una de las novelas más influyentes del siglo XX y cuyo legado sigue haciendo eco en la actualidad. Abruptos saltos espacio-temporales, intermitencia narrativa entre 1ª y 3ª persona, y yuxtaposición entre las líneas de uno y otro personaje, son algunos de los elementos que integran la desoladora atmósfera de Juan Preciado en la búsqueda de su padre, “…un tal Pedro Páramo”, su viaje a Comala y su coqueteo con la vida y la muerte.
Dato curioso: la novela de Juan Rulfo tuvo cuatro nombres: “Un cuento”, “Una estrella junto a la luna”, “Los desiertos de la tierra”, “Los murmullos” y finalmente “Pedro Páramo”.
También lee: “El llano en llamas”, primer libro de cuentos de Juan Rulfo.
“El laberinto de la Soledad” de Octavio Paz
“Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres”.
Desde que en 1950 se publicó la primera edición de “El laberinto de la soledad”, Octavio Paz sentó las bases para la construcción de lo ‘mexicano’ tal como lo concebimos hoy en día. Gracias a esta obra, la sociedad de mediados del siglo XX comprendió las claves que reivindicarían la mexicanidad como agente vivo de la Historia y no sólo como algo que pudiera observarse de forma ajena. A través de 9 ensayos, Octavio Paz sumerge al lector en el origen de los distintos ‘traumas’ e ‘inseguridades’ del pueblo de México: ahí están la conquista, el yugo colonial y el mestizaje, su expresión más vívida –paradójicamente- en la Fiesta del Día de Muertos, así como la confusión tan propia del adolescente en la búsqueda de su identidad a través de la figura del pachuco.
Así, 40 años antes de ganar el Premio Nobel de Literatura, Paz ya se había preguntado sobre los ‘porqués’ de lo mexicano y había explicado el germen de esa sensación de ‘soledad’ anclada a la identidad del país que conoció en los aparentemente lejanos años 50 y que, en cierto modo, guiaba sus acciones.
Dato curioso: en el capítulo “Los hijos de la Malinche”, Octavio Paz dedica un fragmento a la polémica palabra “chingada”, que él asocia a la maternidad.
También lee: “El mono gramático”, imprescindible libro de poesía de Octavio Paz escrito en prosa.
“Aura” de Carlos Fuentes
“El cielo no es alto ni bajo. Está encima y debajo de nosotros al mismo tiempo”.
En 1962 se publicó el que sería el primer gran estallido literario de la década: “Aura”, producto de la narrativa onírica de Carlos Fuentes, de inspiración fantástica y tintes góticos en donde los sueños se confunden con la realidad. Narrada en primera persona (estilo quizá escandaloso para las letras mexicanas de la época), “Aura” relata el viaje introspectivo de un historiador cuya misión es rescatar la memoria de un militar francés que sobrevive en los recuerdos de su anciana viuda, quien abre las puertas de su hogar y ofrece el corazón de su sobrina Aura –ambos con distintos niveles de obscuridad en su interior- a su nuevo inquilino a través de múltiples viajes en el tiempo, en el reducido escenario de una antigua casa perdida en la Ciudad de México.
La pregunta fundamental de Carlos Fuentes en “Aura” es ¿Qué tan seguros estamos de que somos lo que somos, de que venimos de donde venimos y de que somos la única versión de nosotros mismos?
También lee: “La muerte de Artemio Cruz” y “La región más transparente”, obras capitales del maestro Fuentes (y que nos fue muy difícil hacer a un lado).
“Las batallas en el desierto” de José Emilio Pacheco
“Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo, no habrá una barrera en el mundo que mi amor profundo no rompa por ti”.
Traducida a más de 10 idiomas, esta obra escrita en 1980 por el poeta y ensayista José Emilio Pacheco apareció por primera vez en el suplemento sabatino de un reconocido diario de la Ciudad de México, con fecha del 7 de junio, pero tal fue el éxito de esta novela corta, que se publicó de manera independiente un año más tarde. Pacheco hermana al lector con Carlitos, muchacho común del México en su paso a la modernidad de mitad del siglo XX, quien vive enamorado de Mariana, la madre de su mejor amigo; en apenas un puñado de palabras, “Las batallas en el desierto”, escrita en primera persona, se transforma en un mecanismo que, al igual que el tiempo, somos incapaces de detener, y cuyos engranajes son la memoria y la nostalgia que de ella emana, engrasados por el amor tan puro, quizá, tan inocente, quizá, tan imposible… ¿Quizá?
Dato curioso: múltiples homenajes se han hecho a la novela de José Emilio Pacheco, entre ellos una canción que todos hemos cantado alguna vez (“oye, Carlos…”), así como su adaptación al cine y al teatro.
También lee: “El principio del placer” y “La sangre de Medusa”, novelas que también exploran la memoria, el amor fatal y la nostalgia por lo vivido.
Literatura mexicana: infinito de letras
Así como sería imposible hablar de letras mexicanas sin los cuatro grandes que acabamos de presentar, resulta imprescindible mencionar otras joyas de la literatura nacional, tales como “Primero sueño” (1692), quizá el poema más importante de Sor Juana Inés de la Cruz, o “El Periquillo Sarniento” (1816), escrito por José Joaquín Fernández de Lizardi durante la guerra de independencia.
Probablemente fue la crónica revolucionaria de Mariano Azuela en “Los de abajo” (1915), la que inauguró con éxito el siglo pasado mexicano, género del que también es parte la fenomenal “Al filo del agua” (1947) de Agustín Yáñez.
En el período pos-revolucionario, aparecía implacable Juan José Arreola con “Bestiario” (1938) y más tarde con su “Confabulario” (1952), seguido por “Tarumba” (1956), excepcional poemario de Jaime Sabines, y dos brillantes debuts con “Balún Canán” (1957), de Rosario Castellanos y “Los recuerdos del porvenir” (1963) de Elena Garro; el drama del proceso creativo en “El libro vacío” (1958) de Josefina Vicens, “Los relámpagos de agosto” (1964) del sátiro Jorge Ibargüengoitia y, el mismo año, “La tumba” de José Agustín, daban paso a la tradición urbana iniciada por Carlos Fuentes.