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La leyenda de la calle La Joya, centro de la CDMX

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La Ciudad de México, conocida como la Ciudad de los Palacios, ha sido sede de diversos acontecimientos a lo largo de su historia. Con el paso de los años, las calles han cambiado sus nombres y han tenido construcciones nuevas; sin embargo, las leyendas y mitos de cada uno de estos lugares han perdurado. Tal es el caso de la calle La Joya, conocida así durante la Colonia y hasta el siglo XX, en la actualidad es la calle 5 de Febrero en el tramo desde la esquina de República de El Salvador hasta Mesones y en Más México te contamos la leyenda de este lugar:

La leyenda

Cuenta la leyenda que… “por el año de 1625 vivía en esta calle un acaudalado comerciante español de nombre Don Alonso Fernández de Bobadilla en compañía de su esposa Doña Isabel de la Garcide y Tovar, hija del conde de Torreleal.

El desenlace de esta historia puso de manifiesto que la felicidad de esta pareja no era más que un telón de apariencia. Funestamente, la inmensa fortuna y las atenciones de su esposo, no bastaron para frenar los deseos más fogosos de tan distinguida señora.

Una tarde, la paz de Don Alonso fue alterada, al recibir en su despacho una misteriosa nota que le hacía saber de la infidelidad de su esposa con un tal Licenciado Don José Raúl de Lara, quien fungía como fiscal del Tribunal de la Inquisición.

El atormentado corazón de Don Alonso se resistía a creer tan vil aseveración por lo que decidió fingir una demorada reunión que lo mantendría por fuera de su casa hasta altas horas de la noche y de esta manera provocar la ocasión para validar la fidelidad de su esposa.

Sigilosamente se aprestó a montar guardia en las proximidades de su casa y caída la noche, frente a sus ojos le fue revelada la indignante realidad; con la oscuridad como cómplice, su esposa recibía en su casa al descarado rufián, quien con gesto de galantería le adornó el antebrazo con un lujoso brazalete.

Preso de su furor, Don Alonso se abalanzó puñal en mano, sobre la humanidad de Lara, provocándole la muerte. Temerosa doña Isabel suplicaba por su vida pero don Alonso con implacable ira, de una certera puñalada, le segó la vida. De la mano de su esposa tomó el brazalete y lo clavó con el puñal en la puerta de la casa, como evidencia de la infamia que dio origen a tan amargo final.

De la suerte de Don Alonso, no se supo sino que no pudo recuperarse de su dolor y que buscando escapar de sus penas se enclaustró en un monasterio.