La leyenda de la Calle de la joya se desarrolla en la que hoy es la Calle 5 de febrero, en el Centro histórico de la CDMX
La época colonial es uno de los períodos de la historia con más leyendas. Las historias que se contaban eran tantas y tan variadas que muchas han ido cambiando con el paso del tiempo. Sin embargo, algunas permanecen igual desde hace siglos, e incluso le dan nombre a lugares, refranes o hasta recetas. Ese es el caso de la leyenda del niño perdido, que le da nombre a dicha calle. Del mismo modo, es el caso de la leyenda de la Calle de la joya.
Aunque en la actualidad ya no se llama así, la Calle de la joya debía su nombre a la historia de un enamorado que fue traicionado. Hoy en día, la leyenda ya no es tan popular, puesto que esta calle ahora se llama 5 de febrero. Si te suena familiar, probablemente es porque se encuentra en el Centro Histórico de la CDMX. Si la conoces, sabes que abarca desde República de El Salvador hasta Mesones.
La Calle de la joya: una historia de desamor
Alrededor de 1625, en esta calle habitaba un joven matrimonio. No habían tenido hijos, y el esposo era un hombre muy trabajador. Aunque ambos daban la impresión de ser una pareja amorosa, la realidad era distinta.
Este hecho tomó por sorpresa al hombre, cuando una carta anónima le advirtió de la infidelidad de su esposa. Según el misterioso remitente, ella le engañaba nada menos que con el Fiscal de la Santa Inquisición.
Fue tal el impacto de esta noticia, que al inicio no quiso creer en aquéllas palabras. Sin embargo, la duda lo aquejaba demasiado, por lo que decidió tender una trampa. Le dijo a su esposa que llegaría tarde del trabajo pues había cosas que resolver. Sin embargo, en vez de ello, se dedicó a rondar las proximidades de su casa.
Por supuesto, no tardó en descubrir la traición. La esposa recibió muy bien al fiscal en las puertas de la casa de la pareja. La indignación del hombre aumentó cuando lo vio colocar un brazalete en la muñeca de su esposa.
Furioso, el hombre abandonó su escondite, y de un golpe de puñal acabó con la vida del infractor. Su esposa, llorando, suplicó su perdón, pero el esposo la silenció de la misma manera que al amante.
Desolado, el hombre le arrebató la joya a la mano inerte de la que fue su esposa. Aún resentido, decidió clavarla en la puerta de su casa con el mismo puñal, dejándola relucir en la oscuridad. Poco después, sin poder superar su dolor, ingresó en un monasterio y dedicó su vida a la religión.